Donde está
Aspaldiko, hubo un pequeño depósito de agua, donde, el empleado que hacia su
ronda de vigilancia, nos daba a beber a veces. Bien, lo que quizá no se
recuerda es que la cumbre de ese altozano estaba rodeada por una trinchera que
iba desapareciendo entre la maleza y el arrastre que producía la lluvia. Era
una posición alta; seguramente databa de cuando la guerra carlista.
Bajando desde
allí, hacia las casas de la parte alta de General Castaños, podíamos encontrar
el Txakolí de Larrea, que ya no está, fue cerrado hacia 1975 y el terreno,
recalificado y edificado. Hablando de txakolí, no dejo de recordar el
enchapado, en azulejos de estilo árabe, del Bar El Kilómetro, donde el vino se
servía en cafetera desde los pellejos, odres, a los txikitos situados sobre la
barra en fila india. Y no se perdía vino, eh?.
Tampoco en La
Perdiz, de donde recuerdo su futbolín de jugadores de metal jugando en terreno
de pizarra. Por aquí, pero un poco más arriba, recuerdo las interminables colas
dominicales que producía la taquilla de El Revi, llegando hasta la esquina con
El Ojillo. Hacer cola hacia ese lado impedía que el espectador enfadado pudiera
disfrutar, mientras esperaba, de los aromas de La Exquisita. Pues no, y esas
colas desfilaban delante de la Papelería/librería de Lino Sendagorta, mi primer
proveedor de tinta para escribir con pluma y de la tienda de Sebastián de la
Fuente.
Hay una, bueno,
mejor unas imágenes que no eran nuestras, que pasaban por delante nuestro y se
iban sin parar, coches Vauxhall, Cooper, Morris, Austin, MG, Triumph y otros,
que venían de los muelles de Santurce, del Ferry Patricia, y zumbaban
camino de las playas de Levante y de la Costa del Sol. Los descapotables, en
vista superior desde el patio delantero del Cole Santa María, daban mucho de
qué hablar y más de lo qué imaginar. Era el tiempo del short y la minifalda,
mientras aquí, los chicos, íbamos a misa con camisas en manga larga y las
chicas con velo. ¿Para qué contar más?
Deseo ahora
hacer un recuerdo de Pepe, el zapatero, que tuvo su cubículo en la calle
Correos, nº4, cuyos arreglos alargaron la vida de diverso calzado personal.
Para terminar,
ahora que ya no existe -porque fue demolido-, aunque tampoco sé si lo hubo, pues
nunca estuvo abierto en continuidad para que los chicos disfrutáramos de él,
vaya un recuerdo para el frontón del Campo de Deportes de Portugalete.
Nosotros, para sustituir esa oportunidad, que nos estuvo incautada, usábamos la
pared de la Clínica de Savín que daba a El Ojillo y la pared lateral de la
Basílica de Santa María para jugar a pelota a mano.
Deseo que os
haya gustado recordar conmigo.
Martintxu
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