viernes, 24 de julio de 2020

RELATOS DEL FIN DE SEMANA: DESDE MI CASA: LA VIDA EN LOS TIEMPOS DEL CORONAVIRUS.


Ahora que el Portu, tiene ilusionada a su afición con el ascenso de categoría, recogemos estas líneas de KUITXI, aparecidas en eldesmarque.com del 19 de marzo, remarcándonos previamente sus raíces: Jarrillero nacido y criado en el Campo de La Florida, mi familia ya vivía antes de que el campo (1928) se construyera... ¡lo que habría dado por vivir lo que vivió mi tío Leandro con su gran amigo Antón Lorenzo Gallastegi...¡ Leandro falleció en 1936 víctima de una apendicitis... La historia de mi familia y La Florida son la misma historia ¡¡barrio legendario!!

Desde mi casa, con sólo abrir la ventana y asomarme a la calle, se ve el campo de fútbol de La Florida. A la izquierda, al otro lado de la carretera. Apenas diez metros y me topo con los muros. Otros tantos, y la puerta. La superior. Esa que cuando está abierta me indica que hay entrenamiento porque es la destinada a que por ella entren los coches en los que llegan los futbolistas a entrenar. Está cerrada.

Así como la destinada a la entrada de los aficionados que, cada dos domingos, suben al Municipal a ver a ese 'Portu' que a todos nos vuelve locos. Suben. La mayoría sube. En mi caso, ni subo ni bajo: cruzo la carretera y me planto en la acera.

Si se desciende la “Alameda del Boinarroja”, allá donde el estadio hace “chaflán”, uno, dos peldaños, la entrada principal. La que encima tiene una balconada con mástiles. Tres. Para en ellos encajar otras tantas banderas. La ikurriña que reconoce una vasquidad a prueba de bombas. La de la Noble Villa en la que enraizó el fútbol hace ¡111 años!. El fútbol de este Club Portugalete que se ha visto obligado a refugiarse en su casa para mirar las calles, repletas todas ellas de una soledad tan triste como insoportable.

Hay otras dos puertas. Pero no las puedo ver porque quedan más allá de la capacidad de mis ojos. Otras dos, y ya van cuatro, cerradas también. A cal y canto: la cal con la que se marca el punto fatídico; el “canto” de unos goles que no se pueden marcar. No habrá cohetes que con su estruendo avisen a los viejos palangreros de que “los de oro y hulla” han modificado el luminoso marcador.

Desde mi casa, con sólo abrir la ventana, y asomarme a la calle y girar mi cuello a la derecha, se ve el Ganeran. Antes, la senda del funicular que cuando llega la noche dibuja una 'T' al unirse con las luces que alumbran Larreineta. Con la luz del día, el Ganeran es una cumbre casi lisa que se eleva detrás de un poblado de La Arboleda que se hunde a la par de su paisaje de mina de hierro a cielo abierto. Y de sus lagos o pozos, con agua de artificio pero con nombres tan sugestivos como 'Parkotxa', 'Ostión', 'Blondis'...

Desde mi casa, mirada casi al frente a través de la misma ventana que Campo y Ganeran, se divisa el Ganekogorta, ese horizonte que la mirada de mis ojos no puede superar. Guardián de un Pagasarri de cima de rocas clavadas como cuñas sumerias en sus tablillas de barro. Pagasarri de Bilbao. Ganekogorta bocinero que se descuelga por esas laderas que alcanzan Alonsotegi, Sodupe, Arrankudiaga, Laudio por la ermita de Santa Lucia envuelta en un paraje de ensueño medieval.

Desde mi casa, desde ella y sobre todo, el Pico Serantes. Cima de Santurtzi. Pero el “monte jarrillero” por excelencia. Debería, para admirarlo, abrir la puerta, atravesar el jardín, subir las escaleras y abrir otra puerta. La que da entrada a la casa de mis abuelos. Para acercarme a la habitación desde cuya ventana la tía Licesia veía el Serantes. Cuando, a los 80, decidió recluirse en el convento de Castrojeriz para pasar sus últimos 25 años de vida al lado de sus hijas [clarisas jarrilleras], cada vez que la visitaba me hablaba de ese "Serantes que desde mi ventana veo cada mañana al despertar".

El Serantes del gentío de los lunes de “Cornites”. Multitudes que no van conmigo. De las que huyo. Porque “mi Serantes” es de una infancia de ocho años. Y, desde que decidí recuperarlo para mi causa, de cientos de mediodías y decenas de noches cerradas en las que asciendo a las 23:00...y regreso a casa al día siguiente. Subir montañas a la luz de la luna, e incluso a oscuras, le aportan al montañero emoción, aventura, riesgo sumergido en una soledad que estremece.

Desde mi casa, “cliqueando” en el liso teclado de una tablet, en una tarde sin día ni nombre. Desde mi casa. Tumbado en la cama. Ventana abierta. Veo la luz verde. Y a un hombre que cruza la carretera con el semáforo en rojo. No necesito asomarme. Y es que tampoco quiero. Ver el Campo de La Florida cual cárcel inaccesible. El Ganeran, tapado. El Ganekogorta, sin nieve. El Serantes, ahí, con su castillo supremo.

¡Cuántos partidos jugados y vistos!... ¡Cuántas ascensiones! Vestido de gualdinegro o con ropa de montaña. Fútbol y montañismo.

 

Desde aquí, con él y con toda la afición:

¡¡¡¡¡¡¡AUPA PORT¡¡¡¡¡¡

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario