Como hoy es miércoles de ceniza cuando tradicionalmente en la Villa se celebra El entierro de la sardina, recordamos con estas fotos de nuestro desaparecido amigo Javier Ortuzar, el año de su recuperación tras la larga época de la dictadura en la que estaban prohibidos los carnavales.
Eran sus últimos años en transición hacia un Ayuntamiento democrático que se constituiría en 1979, con una corporación presidida por Pedro Michelena y con una comisión popular de fiestas, JAI BATZORDEA, (en algún momento tendremos que recuperar su historia) que con independencia del Ayuntamiento, intentaba recuperar unas fiestas verdaderamente populares.
Ese año de 1978, cuando todavía no se celebraban los carnavales proscritos y prohibidos durante 40 años, los jóvenes de la citada comisión comenzaron por recuperar El entierro de la sardina, tradición que ninguno había conocido salvo por lo contado por Pedro Heredia:
Mientras la gente joven se afanaba en sus ensayos coplisticos, los viejos, dirigidos por Aldecosía, repasaban unos tradicionales cantos fúnebres, con los que venían a anunciar, pasada la época de grasientos menús, la llegada de las obligadas vigilias cuaresmales, que los pescadores simbolizaban con su fúnebre cortejo de "El entierro de la sardina", o entierro del carnaval, en el día señalado del Miércoles de Ceniza.
Llegada esta fecha se reunían los marineros en el Txakolí en pintoresco cortejo, precedido de varios faroles, por cuyos cristales relucían los destellos de sus luces mortecinas. A continuación un pequeño ataúd, llevado a hombros de cuatro fornidos marineros, sobre el que iba clavada la simbólica sardina gallega; a ambos costados, otros cuatro marineros hacían sonar de trecho en trecho sus grandes esquilones, cuyos ecos retumbaban en las travesías de 1a Villa como lamentos de lúgubre agonía. Detrás del ataúd destacaba la esbelta figura de Aldecosía, presidiendo la fúnebre comitiva. Vestido con sus ropas de agua, sus altas botas y el suéter y llevando en su mano derecha un bichero, a modo de báculo, estaba Guillermo para ser inmortalizado en el lienzo por la experta mano de los pintores.
Detrás de Aldecosía, un apretado grupo de marineros entonaban los cantos fúnebres atentos al sube y baja del bichero con que el Presidente dirigía el misterioso coro que, con paso lento y profundo acorde, repetían una y otra vez, aquella canción en la que, satirizando el orgullo soberbio de los potentados, rendido a la medida igualitaria de la Muerte, indicaba el camino donde los que esperan, cuelgan a los que se van, un epígrafe triste y barato, sobre una cruz más o menos elegante:
Una Cruz, una palma y
un sepulcro:
Éstos son los
instrumentos funerales;
La mansión donde
todos son iguales,
Y que estamos
obligados a seguir…
……
Con esta referencia, el
animoso grupo organizó el desfile asesorados por el propio Heredia, dotándose
de ropas de agua, bicheros, faroles, la campana, que recordaba a la del Avlona
que se conserva en el Hospital-Asilo, la cruz, el sepulcro y la palma.
Esta palma quedó como anécdota para el
futuro, poniendo en evidencia que aquellos jóvenes que no habían vivido los
años anteriores a la guerra, habían conocido las procesiones de Semana Santa con
la procesión del borriquillo acompañado de palmas (palmeras), pero no la relacionaban
con la que les indicaba Heredia, una palmatoria con su vela encendida que
iluminaba las noches oscuras del pasado. No lo pensaron dos veces y según
recuerda José Hernández (Pepillo) le pidieron al jefe de jardinería del Ayuntamiento
una palma de una palmera y salieron con ella.
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