Las sardineras que iban
en carretas a vender su pescado a la ciudad marcaron el camino a seguir al
primer tranvía eléctrico que se puso en marcha en España. La línea Santurce-Bilbao se inauguró el 1 de febrero de 1896, hace 125 años. Realmente hay que matizar que como servicio de
transporte ya funcionaba desde 14 años antes, en cierta manera, también
siguiendo el ejemplo de las populares vendedoras santurtziarras. Un primer
tranvía empezó a realizar un recorrido similar en 1882, pero entonces no como
tren eléctrico, sino tirado por mulas, que empujaban un vagón a través de un
precario trazado ferroviario.
Una exposición con 25 fotografías rememora ahora el éxito de aquel primer transporte
sostenible que entró en servicio en España, y
también su decadencia hasta su desaparición en 1964. La muestra puede
disfrutarse de manera gratuita hasta el 24 de marzo en la estación del metro en
el Casco Viejo y ha sido organizada por el Gobierno vasco en coordinación con
el Museo Vasco del Ferrocarril, perteneciente a Euskotren, y Euskal Trenbide
Sarea.
Como remarca el propio
título de la exposición, Euskadi fue pionera en la apuesta por la
movilidad eléctrica, aunque el director del
Museo Vasco del Ferrocarril, Juanjo Olaizola, reconozca que los valores
ecologistas no movieron a sus promotores, «que no sabían ni lo que era eso».
Entonces el transporte
era privado y las empresas buscaban el beneficio. Por eso cuando en 1888 se
inauguró el tren entre Portugalete y Bilbao, la “Compañía Bilbao-Santurce”, que
gestionaba el tranvía, se planteó innovar para sobrevivir y apostó por
electrificar el recorrido. Aunque la renovación no le saliera bien. Eligió una tecnología que le dio tantos problemas que la propia empresa
acabó desahuciada. Pero los empresarios
Amann y Víctor Chávarri la reflotaron y, con el sistema de Frank J. Sprague,
conocido como el padre de la tracción eléctrica, el 1 de febrero de 1896 el
nuevo tranvía entre Santurce y Bilbao se hizo realidad. Poco después, el 10 de
noviembre de ese mismo año, el servicio saltaba de margen con la línea entre
Bilbao y el barrio getxotarra de Las Arenas (donde también existía un sistema
tirado por mulas desde 1876) y el 16 de marzo de 1897 esta misma línea se
prolongaba hasta Algorta.
En el resto del país
tomaron buena nota de este avance histórico en el transporte de viajeros y
mercancías. «San Sebastián, que entonces era la ciudad
de veraneo de la Corte, incorporó el tranvía en 1897. Al año siguiente se inauguró en Madrid y al otro en
Barcelona», recuerda Olaizola.
Por el
medio de Bilbao
El éxito fue
incontestable, entre otras razones porque, a diferencia del tren, el tranvía
circulaba entre las calles de Bilbao. Salía de la plaza de San
Nicolás y enfilaba por Hurtado de Amézaga para llegar a Basurto a través de la
actual Autonomía. Y desde allí por el
todavía camino a Zorroza llegaba a Barakaldo por Lutxana, y a Sestao,
Portugalete...
El resultado era tan
bueno que pronto proliferaron trenes eléctricos
también para superar pronunciadas pendientes. Como
el que subía a los montes Ullía (1902) e Igeldo (1912), ambos en San Sebastián.
O el funicular de Artxanda en Bilbao (1915) o el de La Reineta en Trapagaran
(1926).
La tecnología era buena, limpia y, además, duradera. «Con un buen mantenimiento, aguantaba lo que se quisiera», asegura Olaizola. Pero «la virtud se convirtió en defecto», y sucumbió a la irrupción mundial de la moda del autobús, «mucho más contaminante, pero moderno y deslumbrante». En Europa y Estados Unidos ya desde los años 30 el tranvía entró en decadencia. En España tardó más, a partir de la década de los 40, pero el de Bilbao todavía transportaba a 15 millones de personas al año cuando dejó de circular. «Fue un error tremendo porque hubo que comprar autobuses de dos pisos, mucho más contaminantes, pero entonces lo del medio ambiente sonaba a chino y todo el mundo quería moverse en autobús y, cada vez más, en su propio coche».
EL CORREO, 9 marzo 2021
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