El Diccionario Biográfico Portugalujo que estamos confeccionando recogerá tres centenares de personajes y quiere ser continuación y complemento del PORTUGALE Y SU GENTE publicado ya hace 30 años, en el que sólo se figuraron 100 personajes, pudiéndose constatar el que la presencia femenina era reducida como reflejo de lo que ha sido nuestra historia.
Hay quienes exigen que los que figuren aquí tengan no se cuales méritos, pero nosotros mantenemos que es suficiente condición haber nacido o vivido en la Villa o sentirse portugalujo o portugaluja. Los personajes que desfilan ante nuestros ojos son un reflejo de la sociedad portugaluja existente en sus 700 años, con sus virtudes y defectos, y deseamos dejar constancia de todos ellos, como parte de su gente, eligiendo a algunos que los representen como en este caso, pues forman parte del mosaico que constituye nuestra historia.
En muestro caso la dedicación al servicio domestico ha
ocupado un destacado puesto entre la población femenina a través de los siglos.
Era muy elevado el número de muchachas de menos de 15 años que llegaban a la
Villa a trabajar como criadas, como nos deja escrito Luis Mª Bernal en su libro
“Sociedad y violencia en Portugalete”
(1550-1833).
En el siglo XVIII el lugar más bajo de las sirvientas de hogar, que se ocupaban de las mas variadas labores de la casa, era el de las “criadas de cántaro” o “criadas de cocina”, mientras en el lugar más alto estaban las “dueñas” o “amas”, responsables de tareas de confianza. Las primeras además de tener un salario muy bajo podían ser objeto de castigos o agresiones siendo objeto también de violencia sexual.
Este es el caso de nuestra protagonista María Ana de Azkorra. Nacida en 1731, empezó de criada siendo muy joven en casa de un vecino donde un familiar de la misma tuvo relaciones con ella “bajo fe y palabra de matrimonio”. Con 17 años pasó a trabajar para el boticario Francisco de Amézola que la consideraba “sirviente de cocina, fregatriz de ella y demás preciso al gobierno de la casa” y que también con la promesa de casarse “la hubo gozado carnalmente” dejándola embaraza. Dio a luz un niño, que aunque reconocido por el boticario como suyo, tuvo que ir a criar a Bilbao.
Estando allí se enteró de que Amézola se iba a casar con otra y volvió denunciándole para que cumpliera su palabra, sin que sepamos más de su vida.
Este resulta ser un caso frecuente y que al acabar en los tribunales se puede encontrar su relato en los viejos legajos del Archivo Histórico Municipal, en donde queda constancia de la existencia de casos de violencia sexual al ser violadas por varones de la familia para la que trabajaban aprovechando su posición de dominio en el hogar, como fue el caso también de María Saez de Cotillo forzada en 1663 por el sobrino del párroco para el que servía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario