En
la historia de la Noble Villa Marinera, como ufanamente se referían
antiguamente a nuestra Villa Jarrillera, las noticias de la actividad de sus
mujeres en la mar son muy escasas y se refieren a los ámbitos pesqueros la
mayor parte, tratándose de mujeres de pescadores y de aquellas que se
dedicaban a la venta de pescado, habitualmente también hijas o mujeres de
pescadores.
Sin
embargo aunque la historia lo haya olvidado, en siglos pasados, con preeminencia
de Portugalete sobre las villas vizcaínas en su actividad marítima, nuestras
mujeres pudieron desarrollar los trabajos más importantes sin demasiadas trabas
sociales pues, ante la escasez de varones que estaban navegando, en la guerra, el
comercio y en las Américas, su trabajo era imprescindible para el desarrollo
económico de la Villa.
En
ausencia del hombre o para sustituirle directamente, todo tipo de mujeres,
solteras, casadas o viudas, se ocuparon de los negocios familiares asumiendo la
dirección de los mismos mientras ellos faltasen y realizando labores que los
hombres ejecutaban normalmente como, armadoras, fletadoras, o barqueras …
Como eran dueñas de navíos o como fletadoras
de las mercancías de los mismos, por ser esposas de navegantes o comerciantes,
participaron en los diversos negocios tras recibir de éstos los poderes para
controlar sus asuntos económicos.
En la Villa encontramos el caso a resaltar de
María Josefa de Zabala que participó a título propio en la construcción de seis
navíos de guerra en el astillero de Guarnizo, en Cantabria.
Otras como fueron, en 1744, Josefa
de Goicoechea, o Manuela del Mello aparecen invirtiendo en el fletamento de la
fragata San Agustín dedicada al corso, especificando que la primera lo hacía “con
la facultad que la dejó para la plena administración de sus bienes” su
marido, que era alférez de navío. Por cierto que tras la “liquidación de las
presas hechas por dicha fragata” ambas acabaron enfrentándose en pleito por
el reparto de los beneficios.
Pero debemos constatar que aunque
la ausencia de los varones permitía una mayor presencia y relevancia de las
mujeres, eso no significaba que fuesen semejantes a los hombres en lo social, y
como decía Aintzane Eguiluz en su conferencia Las portugalujas y el mar: un mito arrinconado entre la ignorancia y el
olvido, no dejaban de ser un pobre sustituto
del hombre. Y si esto sucedía con las mujeres de cierta
jerarquía social, ¿ qué podemos esperar entre las mujeres que no la tenían?
Este sería el caso de las
barqueras, indudablemente en un escalafón inferior, aunque superior al de otras
como eran las cargueras.
Barqueras hubo a lo largo de los siglos aunque fueran pocas, practicando
el transporte de personas y mercancías por la ría, pero fue a los hombres a los que se les encargaban con sus barcas el
ayudar a los buques que llegaban o en el pasaje de la ría regulado por el
Ayuntamiento.
No podemos traer aquí el nombre de ninguna de ellas, y además cuando aparecen, por ejemplo trayendo bacalao
desde Bilbao, es relacionadas con delitos casi siempre de contrabando por no pagar impuestos o en otros casos como en
1730, ante el naufragio de un navío francés, se recurre entre otros a “mujeres para la conducción del grano, la
gabarra y lanchas que se hallaban en el puerto para salvar lo posible”.
Pero salvo en estas ocasiones de urgencia, ellas nunca fueron tenidas
en cuenta por las instituciones, llegándose como en 1553, a
advertirlas de que “mantengan
los elementos de su oficio a buen recaudo en sus casas y no se los den a
ninguna persona sin licencia del alcalde” o que tenían “prohibido llevar mercancías a otras villas”.
Ante esto Aintzane se preguntaba: ¿Qué significa
todo esto? Simplemente que el transporte de personas y mercancías que
realizaban las mujeres no podía ser controlado por las autoridades con la
minuciosidad que ellos deseaban e incluso querían saber a quién prestaban las
barqueras sus embarcaciones ya que podían llegar a ser utilizadas para el
contrabando, una actividad muy lucrativa en aquellas fechas.
De hecho nos da el
ejemplo de la santurtziarra María de la Rentería que junto con su
marido Colás de Samano, se dedicaba al contrabando de armas y dinero con navíos
ingleses y franceses en el Abra. Detenida y procesada en 1562, todo el peso de
la ley cayó sobre ella más que sobre su marido (testimonios de sus criadas y
vecinos se cebaron en su persona) pues el hecho de ser mujer aumentaba la
reprobación de la sociedad en que vivía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario