La historia de
la fatídica barra de Portugalete, con sus innumerables naufragios a lo largo de
los siglos, ha sido objeto de diversos estudios, encontrando en el blog LA VIDA
PASA de Aurelio Gutiérrez Martin de Vidales, una importantísima aportación
al tema al haber rastreado las hemerotecas, con los periódicos del siglo XIX y cruzándolo
con una exhaustiva investigación de los fallecimientos en la Villa a través de
los registros de difuntos del Archivo Histórico Eclesiástico. Su consulta a los
interesados en el tema es obligada.
Yo voy a
recoger algunas pinceladas de esta historia empezando por las primeras décadas
de dicha centuria como fueron los naufragios en 1816 del cachemarin francés CONFIANZA procedente de
Nantes y en 1827 de bergantín SAN JOSE, ambos en los acantilados de Campo
Grande, junto a Peñota, en aquellos años jurisdicción de la Villa donde eran
habituales una parte de los naufragios que tenían lugar entonces y donde
acudían numerosos vecinos a presenciar el salvamento y también para aprovechar también
la oportunidad de hacerse con parte de su cargamento.
Del primero la
crónica del piloto lemán Antonio de Undabarrena nos dice que el capitán se
quedó solo dentro del buque entre las peñas sin poder salir a tierra al extremo
de perder su vida, se atrevió con mucho riesgo arrojándose al mar y pasar al
barco para salvarle lo que consiguió a costa de un inmenso trabajo y también
contribuyó a salvar los efectos que conducía dicho quechemarín .
Del recuento y
tasación de averías que a continuación se hacía y de los cargamentos rescatados,
pues trasportaba lienzos, cuero, mármol, caoba, escobillas, almidón y vinagre, se
desprende que también faltaron objetos sustraídos, que fueron denunciados.
En la descripción del otro
naufragio del 30 de noviembre de 1827 del bergantín SAN JOSÉ con cargamento de grasa y sardinas
se nos ilustra del procedimiento que se seguía en estos casos:
Tras el aviso
del piloto mayor el buque quedó varado y de conformidad con las ordenanzas, “a fin de
evitar todos los daños y perjuicios que pudieren experimentar en dicho barco y
carga los dueños e interesados, se mandaron que partan al muelle de Campo
Grande a dichos señores Cónsules, ministro alguacil y demás personas que a bien
tuvieran que hacer averiguaciones, y resultando reos haga asegurar sus personas
y conducir a la cárcel pública con la custodia necesaria, procediendo al
secuestro y embargo de todos sus bienes. Así como poner en depósito la carga y
efectos que se hallasen salvados, revisando las marcas y números si tuviesen
para descubrir los dueños a quien pertenezcan.”
Se nombró
perito para la tasación de la mencionada embarcación a Juan Ignacio de
Garmendia, y se adjudicó el remate de la misma a favor de Juan de Eguia, ambos vecinos
de la Villa.
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