martes, 23 de mayo de 2017

ANA Mª PALACIOS CASTELLANOS. PORTUGALUJA EN LA COLONIZACION DE LA PATAGONIA




El último número del periódico enportugalete.com nos ofrece la ficha de esta portugaluja del siglo XVIII, Ana Mª Palacios Castellanos.
Las escuetas noticias de su vida en aquellas tierras nos las dio a conocer la escritora Virginia Haurie, en su obra Mujeres en tierra de hombres. Historia de las primeras colonizadoras de la Patagonia.

Trascribimos el capítulo titulado ANA Y EL HERRERO:

Fuerte del Carmen, 1780

El amor que sentía Ana María Castellanos por el herrero era tan ciego que no veía lo que pasaba a su alrededor. También la volvió imprudente, haciéndole olvidar que en el Fuerte del Carmen la mayor distracción de los soldados era espiar a las mujeres. Ana María tenía veintidós años y un ardor que se le escapaba por el brillo de la mirada y el andar de las caderas. —¡Mucha mujer para ese borracho! —era el comentario de los hombres que la miraban pasar con ojos de orgasmo. Ana María tenía algo raro en esos tiempos: sabía leer y escribir. Pero no era libre, estaba casada con el labrador Matías Lagarreta, a quien más que trabajar la tierra le gustaban las borracheras. Tenía también un pequeño hijo llamado Josef que había heredado sus mismos ojos oscuros y fogosos. La Castellanos no se había enamorado de los músculos de Juan, el herrero, como pensaban las mujeres. Una noche plagada de estrellas, Ana escuchó el rasgueado de una guitarra que le desató la nostalgia. Como animal hambriento siguió su rastro hasta un vivac donde la música se mezclaba con la risa y las voces de hombres distendidos. Agazapada, desde lejos, apenas iluminadas por el fuego, vio una guitarra y unas manos enormes. Las mismas que muchas veces había visto domesticando el hierro. Allí, oculta entre las matas se quedó, hasta que el canto de los pájaros reemplazó el monótono croar de las ranas. Desde esa noche no hubo una en que no soñara dormida o despierta que era una guitarra. Y como cuando la mujer quiere no hay hombre que no quiera, empezaron los amores. No pasó mucho tiempo hasta que todos, por lo bajo, no hicieran otra cosa que hablar de Ana y el herrero.

—Mujer liviana —decían las mujeres.

—Hombre de suerte —respondían los hombres.

—Mala yerba —dijo el Superintendente Francisco de Viedma, que pretendía pobladores decentes en su ciudad. Como suele suceder, el marido fue el último en enterarse y como hacían algunos hombres en ese tiempo con las esposas infieles, le puso grillos en los pies. Pero esto no detuvo a la Castellanos ni al herrero, para quien romper un par de grillos era más fácil que cascar huevos. Un día empezaron las desgracias. Ocurrió una pelea en la que el herrero dio muerte a un indio conocido como el capitán Chiquito y fue llevado preso al bergantín Nuestra Señora del Carmen y Ánimas. Los indios reclamaron su muerte en venganza: el herrero sería ahorcado. Ana María creyó enloquecer. Sin paz ni consuelo pensó en arrojarse al río.

Bernardo Patruller, soldado del cuerpo de Artillería, quería desertar. Llevaba meses planeando la partida, buscando descontentos. Lo hacía con el mayor sigilo. En el fuerte no había peor falta que la deserción. Huir por tierra era empresa endiablada. Sin embargo confiaba en la destreza de la caballada que le había prometido Aguirre. Pero necesitaba dinero y lo más escaso en El Carmen eran los pesos. Esas circunstancias reunieron a la Castellanos con el soldado. Él se llevó los pesos y ella se quedó con la esperanza de la huida, prevista para la noche siguiente.

—Le encargo silencio, si se llegara a descubrir nos perdemos todos.

—Mi barriga está llena y quiero parir con mi hombre —dijo Ana María decidida.

Y escribió al herrero sobre los planes de fuga: el marinero Josef de Castro lo ayudaría a salir del bergantín y en lo de Aguirre se encontrarían con la caballada. Y como era mujer, también le escribió de su amor, de los dolores que sufría con su ausencia y del hijo que quería parir junto a él. Su marido le enredó los planes. Matías, despechado por tantos lloros por un ajeno y con el herrero preso, sintiendo a salvo su integridad, pensó que era tiempo de un escarmiento; de paso podría ganarse la gracia del Superintendente, que sabía que lo tenía mal visto.

—Mi mujer se ocupa de conmover para la fuga a las gentes de la población —dijo, y se fue dejando el aire sucio de traición y alcohol. Don Francisco de Viedma, para darse tiempo de encontrar a los cómplices, hizo detener a Ana María, con una excusa, en la casa de la mujer. Ella se inquietó pero confió: el herrero no la abandonaría. Y se las arregló para enviar las cartas. Cuando horas más tarde llegó el habilitado Vicente Vázquez y Salgado con las mujeres Pascuala del Campo y Francisca Longueras, Ana María supo que había sido traicionada. Desnuda frente a las mujeres que registraban sus ropas, más que humillada se sintió quebrada. No encontraron más cartas, sólo un cuerpo inanimado que insinuaba un hijo. Sobre la cruz, todos los implicados declararon que ella con sus malas artes los había instigado para la fuga y fueron puestos en libertad. Pero el fiscal consideró a la Castellanos culpable y fue condenada a dos años de prisión en el Uruguay. Su marido fue echado del Carmen y, obligado a realizar trabajos públicos donde no pudiera embriagarse. En la ciudad que soñaba Viedma no había lugar para vagos ni para mujeres que no supieran comportarse. Cuentan que las gentes del Carmen nunca supieron si a la mujer la castigaron por rebeldía o por liviandad. Y que, en cambio, sospecharon de la razón que salvó al herrero de la horca.

Una de las carta de Ana María al herrero hallada en el Archivo Nacional de Historia:

"Querido mío de mi corazón tú sabes lo que me pasa con este borracho que el fue a decir que me quería ir contigo y me han puesto en el cepo y así no puedo descansar este corazón de suspirar y aunque no te puedo ver no hay consuelo para mí que estoy suspirando todos los días aunque no hay consuelo para mí qué haré sin ti yo que estoy loca porque me falta la prenda en que yo me miro y prenda de mi corazón qué haré sin ti yo que me muero sin remedio porque ya no hay mundo para mí en qué espejo me miraré yo si me falta la prenda de mi alma que estimo yo y yo miro por la sangre que tengo contigo no te vayas que quiero ir contigo que si puedes salir para la caballada ahí está el paisano que dice que te ha de esconder que venga sin recelo hasta que se (...) a que nos (...) por tierra bastante gente que esto te lo pido por amor de Dios que si no estás perdido que tienen el precio mal parado porque dicen que te van a ahorcar por Dios te pido que no me dejes que quiero morir contigo que no hay consuelo para mí hasta que no te vea en mis brazos que estoy rogando a Dios para cogerte en mis brazos que no puedo descansar sin ti caigito de mi alma espero que me has de hacer este gusto que te pido por amor a Dios que estando la gente durmiendo te puedes escapar para afuera que es lo que puedes decir a Pepe acompañarte para que te puedas escapar por la guitarra no te la envío porque la vamos a llevar con nosotros por tierra quiere tres pero esta (...) en lo demás no hay consuelo para mí y así escribime y dame ese consuelo por amor de Dios que bien ves como estoy la barriga llena que quiero ir a parir contigo y así no te canso más hasta que vea conmigo quien de corazón estima y verte desea es tu querida.

Ana María de Palacios".




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