Abuelo y nieto, paseaban por la playa de
Portugalete, el Salto, nombre perdido en la historia de nuestro pueblo y en ese
sereno caminar, que irradiaba cariño y vida, el abuelo contaba historias de la
ría: de la barra y de los encallamientos, causados por los movimientos de la
arena del fondo fluvial, de las gabarras que, tiradas por animales -y a veces
por mujeres-, desde el camino junto a la ría, en la margen derecha, permitían
hacer llegar las mercancías a Bilbao cuando la ría estaba cerrada por los lodos
o por naufragio, de los personajes que prevalecían en las conversaciones del
portugalujo de la calle, de los edificios que se perdían para siempre por mor
de la burbuja constructora, del viejo Teatrillo -que aún se mantenía en pie- y
del vecino que hubo enfrente, el antiguo astillero de Astondoa,... y más, y
más.
Yo soy aquel nieto y sé que las arenas
que pisábamos casi sesenta años atrás, serían holladas por la maquinaria de excavación
para construir una piscina, dos, tres,... y hasta una escuela de náutica civil.
Da un poco de grima.
Y soy consciente de que esos paseos,
ahora con mi nieto, ocurren en otro lugar, no allí. Y ahora, también, como yo,
el niño pregunta y sé que mi voz debe aportarle conocimiento, buenos recuerdos
y experiencias, como hacía mi abuelo, si.
A la orilla de la mar, pisando arena,
cantos redondeados, cristales sin brillo ni filo procedentes de botellas
abandonadas y rotas por el oleaje,... revolviendo entre las piedras y atrapando
cangrejos, curioseando los corales negros y los movimientos de las estrellas de
mar, tocando las púas de los erizos, recogiendo mejillones, lapas,... y entre
todos eso, una inmensa amalgama de brillantes conchas rayadas, cáscaras de
magurio vacías,... y en medio de todo eso, hay tiempo para una avalancha de
preguntas.
Pero, siguiendo el paseo cierto día, el
niño, mi nieto observa diversos leños y troncos y palos vegetales que va
tomando entre sus manos. Sin decir nada, cuando ya no le caben más entre los
brazos, deja de caminar como preguntando ¡ y ahora ¿ qué ? !, ya no me caben
más.
Yo había hecho lo mismo y apliqué el
mismo ejemplo que viví años atrás, hacia 1960, en la playa de Portugalete.
Mi abuelo - ¿Qué
haces?
Yo - Cojo leña para la
cocina
Mi abuelo - Llevas
mucho, ¿ya no puedes coger más?
Yo - No.
Mi abuelo -Hay que
tirar algunos, que están sucios de galipó, pero... ¿porqué no le dices a la mar
que te guarde los limpios?
Yo -¿Se puede? ¡Bah,
no, se mojarán!
Mi abuelo -Tú, déjalos
en la orilla y díselo a las olas.
Yo -Bueeeno. Me los
guardáis, ¿eh?.
Y, sin esperar
respuesta, dejé el manojo de leña.
Con las manos sucias, seguí cogiendo
troncos, que abundaban más en la orilla del Paseo de la Punta. Cuando el manojo
tomaba buen tamaño, lo dejaba junto a las olas y les decía:
Yo -Me los guardáis, ¿eh?.
Tras unos cuantos montoncitos, me dijo.
Mi abuelo -Habrá que limpiarnos la arena
y volver a casa. El galipó te lo quita tu madre con aceite.
Yo - Bueeeno.
Ya junto al pretil, mientras frotamos la
arena:
Mi abuelo: ¿Le has dicho a la mar que te
devuelva la leña bien seca?
Tuve que volver junto a la espuma de las
olas y, juntando las manos en tono a la boca, decir:
Yo - ¡¡Y me los devolvéis bien
secos!!
De nuevo junto al pretil.
Mi abuelo -Venga, ve acabando que el
Serantes ya tapa el sol. Se hace hora de cenar.
Eso ocurría hace unos cincuenta y cinco
años, pero, ahora, en tiempo real:
Yo - ¿Qué haces?
Mi nieto -Cojo leña
para la barbacoa.
Yo -Llevas mucho, ya
no puedes coger más.
Mi nieto -Si, si me
ayudas.
Yo -Vale, lleva los
palos a la orilla, los dejas junto a las olas y le dices a la mar que te los
guarde.
Mi nieto -¿Se puede?,¡
bah !, no, que se mojarán. ¿No me los llevas tú?
Yo -Y mejor, ¿porqué
no le dices a la mar que te la devuelva bien seca, que es para la barbacoa de
aita?
Mi nieto -¡Vale! ¿Oye,
me devolveréis los palos bien secos, por favor?
Todo esto no quiere decir que cualquier
tiempo pasado fue mejor, no. Simplemente, que el mundo da muchas vueltas sobre
lo mismo.
Martintxu
Enternecedor y lleno de sabiduría, como sólo un aitite sabe hacerlo, me temo.
ResponderEliminarEmocionante y enternecedor. Acaso las formas de vivir vayan cambiando pero, en el fondo, siempre late la complicidad y el cariño entre nietos y abuelos en aquellos casos que han sido capaces, o han podido, mantener la importancia de los vínculos familiares. No nos olvidemos aquello de que "para educar a un niño hace falta toda la tribu".
ResponderEliminarEnhorabuena, hermano.