Travesuras, alguna hicimos. Recuerdo la
escapada a Repélega, al barrio de las casas del Progreso, sin control familiar
desfilando al son de la salmodia “Cagalera
fue al cuartel, y le dijo al Coronel, que pintara la bandera de color de
cagalera fue al cuartel,…” y, repitiendo ese estribillo, caminábamos
marchando a su son y libres, lejos de nuestra calle, lejos de las llamadas de mi madre. A la vuelta, los
zapatillazos, en el culo, fueron memorables.
Nos exponíamos a riesgos y nos ocurrían
“accidentes”. En uno de los saltos al jardín, uno de nosotros quedó ensartado
por el culo en la verja del convento de las Siervas de María. Ese año, por San
Juan, me salta una goma ardiendo a la pierna derecha. La quemadura fue
adecuadamente tratada con agua de nieve y aceite de oliva batidos empapando una
gasa. Algo tendría la nieve. A otro de los niños, se le clavó una punta de hoja
de palmera en un ojo. Otro drama.
El jardín de la clínica de Savín era un
lugar mítico, casi tanto como el de las monjas, pero éste vino a menos tras el
susto de Julio. El abuelo de Anuntxi y Joserra nos tenía marcados y era difícil
conseguir entrar. De allí, nos aprovisionábamos de huesos de las palmeras para
nuestros tirachinas. Los pretiles de las escaleras, fueron escondite y las
altas paredes de la finca de la clínica fueron frontón, portería, paredón para
jugar al “embarrenazo”. (Un “fusilamiento” con pelota. Si el portero te paraba
el tiro, pasabas tú a hacer de diana).
El “dólar con rayo” y el
“chorromorropicotalloqué” eran mis juegos preferidos. Eran juegos de atardecer,
cerca de casa, caía el día y decaía el número de practicantes, que se iban
retirando tras las llamadas maternas para la cena.
Tengo un recuerdo digno de reseña en las
vacaciones paternas de ese año en Castrillo de Duero: mientras mi padre
contribuía a llenar las cazuelas con liebres y perdices, despertó a un zorro,
que, asustado, salió corriendo de su cubil, y, con un disparo, lo mató. Su
piel, sin estar bien curtida, se fué estropeando con el tiempo.
Iniciaba este monólogo hablando de
compromisos, pero falta uno, el que se fijó mi padre: conseguir que yo llegara
a la escuela sabiendo leer, escribir y las primeras cuentas, para lo que, al
atardecer, dejaba a los amigos con los juegos en plena ebullición y me
encerraba ante el tablero donde, con tiza y algunos pescozones, fui dando los
primeros pasos de cara a mi futuro escolar, colegial, universitario,… antes de
incorporarme a la escuela Zubeldia -sin pasar por la fase de párvulo ni por el
1º de la Enseñanza Primaria-, directamente en la clase de 2º, regentada por D.
Eufronio Vidal, director y Maestro de Escuela destinado aquí en 1942, del que
no hay muchas referencias. ¿De dónde vendría?
Allí, me senté entre Toño Amo y José M.
Bustin. Ya empezaban a escasear las plazas escolares. (Es el año 1960 y ya ha
llovido, ya, pero... tras muchos ministros de Educación, seguimos igual.)
Luego, llegarían la Escuela R. Medina,
el Colegio Santa María, la Escuela de F.P., el Instituto Nocturno (COU) y las
Facultades de Leioa y de Tarragona.
Y los veranos ya nunca fueron tan
largos.
MARTINTXU
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