En la edición de EL CORREO del 6 de febrero pasado, Julio Arrieta en su sección de TIEMPO DE HISTORIAS, nos recordaba cómo la Comisión de festejos de Bilbao contrató en 1912 al célebre piloto André Beaumont para unas «fiestas de aviación» sobre el Abra en las que demostró sus habilidades al mando de su novedoso aparato.
«Desde las primeras
horas de la tarde de ayer, vapores, trenes, tranvías, automóviles y coches
salían sin cesar y abarrotados de público con dirección a las playas del Abra y
el gentío que allí llegó a congregarse era incalculable, pues hacia cualquier
punto que dirigiésemos la vista, solo apercibíamos apretados racimos de
personas, que en su afán de ver arrancar al moderno pez volador, se estrujaban
pacientemente y hasta despreciaban la embestida de las olas que al venir a
morir contra los peñascos, convertidos accidentalmente en puntos de observación
salpicaban a las que en ellos se encontraban», escribía F. Aldazabal en 'El
Noticiero Bilbaíno' del lunes 2 de septiembre de 1912.
Reflejaba la expectación que generaron los
tres vuelos de exhibición que protagonizó el aviador francés André Beaumont a
bordo de un hidroplano Donnet-Lévêque los días 31 de agosto, 1 y 3 de
septiembre de 1912, coincidiendo con la visita a la villa de los reyes, Alfonso
XIII y Victoria Eugenia.
Aquel domingo, «el
intrépido conquistador del espacio» –como lo definía Aldazabal en su crónica– voló por debajo del tablero del Puente
Colgante. Pero curiosamente esta imagen espectacular, fijada en unas pocas
fotografías, impresionó menos a los periodistas que la maniobrabilidad del
aparato en el agua. Porque si los aviones, en general, eran un invento reciente
y llamativo –los hermanos Wright volaron por primera vez el 17 de diciembre de
1903–, los hidroaviones eran una novedad total. El primer vuelo autónomo de un
aeroplano de este tipo fue realizado por Henri Fabre, el 28 de marzo de 1910 en
Châteauneuf-les-Martigues (Francia), a bordo de su célebre 'Canard' (pato).
Al año siguiente, Donnet-Lévêque construyó el
primer hidroavión de casco, que daría paso, ya en 1912, al Aéro Hydroplane
Donnet-Leveque-Denhaut o Donnet-Lévêque Tipo A, impulsado por un motor Gnome de
50 caballos. Este fue el avión que atrajo a las multitudes a Las Arenas,
Portugalete y Santurtzi, pilotado por André Beaumont.
Que en realidad no se
llamaba así. Como se preocupó de explicar la prensa bilbaína, el de Beaumont
era un pseudónimo que el héroe había adoptado porque la Armada Francesa
prohibía realizar vuelos comerciales a sus oficiales. André Beaumont era en
realidad Jean Louis Conneau (1880-1937). Graduado en la Escuela Superior de
Aeronáutica francesa en 1910, piloto civil (con la licencia nº 322) y militar
(licencia nº40), se distinguió como aviador deportivo al ganar tres de las
pruebas aeronáuticas más duras del momento: el 'raid' París-Roma, el primer
Circuito de Europa y la Round Britain Race.
«El mejor aviador del mundo»
Sus triunfos en estas
carreras, cubiertas con entusiasmo por la prensa, transformaron a Beaumont para
los periódicos de Bilbao en «el mejor aviador del mundo». Por ello, causó
sensación el propósito de la Comisión de festejos bilbaína de contratar al
héroe «para tomar parte en las fiestas de aviación con hidroplanos en el Abra
de Bilbao los días 27, 28 y 29», con motivo de las fiestas de agosto. Se le
ofrecieron al aviador 8.000 francos, «hallándose dispuesta» la Comisión «a
darle hasta 10.000 para lograr traerlo a toda costa», según daba cuenta 'El
Pueblo Vasco'. Los vuelos de Beaumont con su avión marino completarían las
exhibiciones de los «afamados aviadores Garnier y Legagneaux; que volarán en
los terrenos del Parque los días 22, 23 y 24 del corriente mes» a bordo de sus
monoplanos.
Pero la visita del héroe aeronáutico estuvo a
punto de no realizarse. En los siguientes días los bilbaínos vivirían en
tensión, porque los periódicos recogieron al punto todos los imprevistos que
empezaron a sucederse. Así, el 12 de agosto, el mismo diario contaba que el
piloto había despegado el día anterior «en su hidroaeroplano» para unirse al
raid París Londres cuando «tuvo que detenerse en Boulogne a causa del mal
tiempo». Al intentar reanudar su viaje, y cuando el aparato había alcanzado los
300 metros de altitud, «un golpe de viento lo precipitó al mar». «Beaumont
estuvo a punto de ahogarse, pero se le pudo auxiliar a tiempo. Al llegar a
tierra declaró que renunciaba a su proyecto».
Días después llegó un
segundo disgusto. Como de nuevo recogieron los periódicos, Beaumont se veía
incapaz de cumplir las fechas de vuelo acordadas. Así lo explicaba 'El
Noticiero Bilbaíno': «El aviador Mr. Beaumont ha telegrafiado a la Comisión de
festejos que, debido a un retraso del expedido, su aparato no podrá estar en
esta Villa hasta el día 31 del corriente». La comisión respondió al piloto por
el mismo medio «encareciéndole procure que el aparato llegue para el día 30 con
objeto de que las fiestas de aviación tengan lugar los días 31 del actual y los
días 1 y 2 de septiembre». Se le encarecía especialmente a volar el domingo, al
ser festivo, «con objeto de que puedan
disfrutar las clases obreras del espectáculo». Beaumont llegó a Bilbao el
30 de agosto, viernes, cuando los Reyes
ya estaban en la villa.
El sábado 31 por la
tarde, a las 16.30, el héroe realizó su primer vuelo ante un público llegado a
bordo de trenes abarrotados y hasta en barcos dispuestos para la ocasión, como
el vaporcito 'Elobey' –que cobraba a 1,50 pesetas la plaza en cubierta y 3 en
el puente–.
«Los Reyes en el Puerto
exterior. Regatas y aviación», tituló 'El Noticiero Bilbaíno'. «Casi al propio
tiempo en que se daba por terminada la
regata de la copa del Cantábrico, el aviador Beaumond (sic), montando en su
bonito hidroaeroplano, que flotaba junto al muelle de las Arenas, deslizóse
rápido sobre el agua y se elevó valientemente, alcanzando desde el primer momento
una respetable altura».
Vuelo sobre el yate real
«En vuelo recto
dirigióse hacia el puerto exterior y después de cruzar sobre el yate real
'Giralda', describió una graciosa curva pasando por encima de los buques de la
escuadra allí fondeados», añadía el periodista, anónimo en esta ocasión. El
público estaba entusiasmado, «la animación en todo el puerto era
extraordinaria». «Los muelles de
Algorta, Las Arenas, Portugalete y Santurce se hallaban materialmente llenos de
público y dentro del puerto y en la ría, infinidad de embarcaciones de todas
clases discurrían repletas de pasajeros». Los Reyes «presenciaron los
vuelos desde el 'Giralda' y saludaron al aviador a su paso sobre el yate».
El piloto, «elevándose
cada vez más en el espacio, recorrió el Abra en todas direcciones, internándose
mar adentro y volando otras veces sobre poblado hasta llegar a dar vista a
Bilbao». El vuelo, «el mayor que en Bilbao hemos presenciado, se prolongó 32 minutos,
y en su última virada y viniendo de fuera a dentro, descendió a la altura del muelle de hierro de Portugalete». Ya en
el agua, «realizó preciosas maniobras, virando y girando con gran soltura y
facilidad y sorteando el encuentro con botes y lanchas», admiraba el cronista
de 'El Noticiero'.
Al día siguiente,
domingo 1 de septiembre, Beaumont sobrevoló de nuevo el yate 'Giralda', según
contaba 'El Pueblo Vasco', periódico cuyo redactor recogió todo el trayecto con
un detallismo casi notarial: «A la altura de Abanto y Ciérvana, vira a la
derecha y hace rumbo al punto de partida. Pasa sobre éste a unos 300 metros de
altitud y a gran marcha, y se dirige hacia Bilbao, cruzando por encima del
Puente Vizcaya».
«Luego vira hacia Axpe y
de nuevo se dirige hacia el Abra. Todas las sirenas de los barcos de vapor le
saludan y él contesta con la que lleva el aparato. Encima del rompeolas tuerce
a la derecha y pone la proa hacia Algorta, ganando una altura de unos 500
metros».
«Sobre la Avanzadilla
vuelve a virar y se interna resueltamente en el mar, pasando por encima de
Punta Galea. Desde allí se dirige otra vez a Punta Lucero; vuelve a internarse
en el mar, desciende hasta seguir a pequeña altitud la línea de los muelles de
Santurce y Algorta. De pronto con rapidez increíble, vuelve a colocarse a gran
altura y por tercera vez se interna en el mar».
Durante un rato «se le perdió de vista»
Por fin, «se le ve venir
descendiendo en dirección de la desembocadura de la ría, cruza por debajo del Puente Vizcaya y durante un rato se le pierde
de vista». La incertidumbre dura unos «cuatro o cinco minutos» tras los que el
avión reaparece «a considerable altura por encima del monte Cabras».
El público saludó «con un aplauso cerrado y estruendoso al
intrépido aviador», saludo al que se unieron «los estridentes silbidos de las sirenas y el estampido de los cohetes».
El periódico detalló con admiración que, según el piloto, el hidroavión llegó a
alcanzar la vertiginosa velocidad de 120 kilómetros por hora en algunos
momentos del vuelo, que duró 33 minutos.
Ya en tierra, Beaumont
«fue muy felicitado por los miembros del Comité de festejos de Bilbao y otras
distinguidas personalidades», tal y como escribió Aldazabal en 'El Noticiero'.
El mismo cronista recogió las impresiones del piloto, muy positivas, sobre el
puerto de Bilbao como campo de exhibiciones aéreas. «Continuó diciéndonos que
no había querido elevarse más de 350 metros como máximum para que todos
pudieran seguir con facilidad sus evoluciones y que al pasar al lado de los buques
de guerra y encontrar a los bizarros marinos españoles sobre la cubierta, tuvo
en cuenta que antes que aviador es marino y se apresuró a saludar militarmente
a sus compañeros que cariñosamente le aplaudían».
El mal tiempo obligó a
suspender la exhibición del día 2 y Beaumont voló por tercera y última vez el
martes, 3 de septiembre, de nuevo ante un público entusiasta a pesar del
«molesto sirimiri».
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