Aurelio Gutiérrez Martin de Vidales, en su blog LA VIDA PASA, nos ha recordado el
artículo que publicó en 1997 OLMO, en el periódico BILBAO, tras haber encontrado la
noticia en el Irurac Bat del 10 de abril de 1893.
El recordado
padre de D. Celes lo contaba así:
Todo ocurrió
el día 9 de abril de 1893 en la plaza de toros de Portugalete, porque en
aquellos tiempos más o menos felices, la villa “jarrillera”, además de ser una elegante colonia veraniega, tenía su
propio coso taurino y fue en este escenario donde el “Esparterito” y su cuadrilla
intentaron lidiar una novillada cuyo final superó con creces al famoso rosario
de la Aurora que, según una tradición andaluza, terminó con un reparto
extraordinario de farolazos.
El cisco se originó
cuando el “Esparterito” se empeñó en matar a los novillos por el método de la pulmonía, que
consiste en llenar al bicho de pinchazos para que la corriente de aire, al penetrar
en el cuerpo del morlaco por sus cuatro costados, provocase una congestión
pulmonar. Pero el secretario del Gobierno Civil que presidia la corrida no
estaba de acuerdo con este sistema y cuando las mulillas se llevaban el primer
novillo convertido en un colador chino, llamó al palco al “Esparterito” y le ordenó que
despachara a los novillos por el método tradicional en este tipo de festejos.
Mientras se celebraba la
conferencia en el palco presidencial, sale a la arena el segundo novillo y el “Esparterito”
baja al ruedo y repite la misma faena del toro anterior. El diestro multiplica
los pinchazos, pero el bicho tenía el tórax a prueba de ser devuelto a los
corrales.
Sale
al ruedo el tercer novillo y se desata la tormenta. El autor de la reseña
comparaba al toro con una oveja, pero como la oveja tenía cuernos, el “Esparterito”
sigue empeñado en utilizar para la suerte suprema el método de la pulmonía y la
bronca alcanza niveles de motín público. El presidente opina que de él no se
pitorrea nadie, llama a la Guardia Civil y ordena que se lleven al “Esparterito”
a la cárcel. Y se lo llevan.
¡Faltaría
más!
Una
vez encarcelado el diestro, sale el cuarto novillo y la cuadrilla, al verse sin
maestro, opta por largarse del ruedo y dejar al toro a disposición de quien
acredite ser su dueño. Y ante esta situación insólita, el «respetable» deja la
respetabilidad a un lado y se desahoga lanzando al ruedo todos los bienes mostrencos
que pueden ser utilizados como proyectiles, lo cual complica aún más el
problema de los pobres subalternos, porque al peligro del toro se añade ahora
el peligro del botellazo y la cuadrilla insiste en no asomar las narices por el
ruedo.
Ante
esta situación, la autoridad competente monta en cólera y ordena a la Guardia
Civil que se lleve a la cuadrilla a la cárcel para que hagan compañía a su
maestro y decide dar fin a la corrida
con la retirada del toro al corral. Sale el cabestro de turno y surge una nueva
complicación, porque el cabestro, en vez de confraternizar con el novillo, arremete
contra él y se lían los dos a cornadas. El espectáculo excita aún más las iras
de los espectadores y, como se han quedado ya todos sin proyectiles, deciden
resolver el cisco por su cuenta arrojándose al ruedo en masa.
Es
una pena que el cronista no explicase en la reseña lo que ocurrió en el ruedo
con el novillo, el cabestro y los espontáneos iracundos. Lo único que hace el
revistero es afirmar que no se había dado otro escándalo mayor desde que el
famoso Jacobo Watt asombró al mundo con el descubrimiento de la máquina de
vapor. Lo podemos leer en este pareado que incluía en su relato y que dice así:
«Desde el descubrimiento del vapor, no se ha visto otro escándalo mayor».
La
reseña no aclara cómo terminó aquella especie de motín taurino. Fue un fallo
del periodista que nos impide saber lo que hicieron los espectadores enfurecidos
con el novillo. No debió ser nada bueno porque la crónica termina con esta
invocación misericordiosa: «Dios nos coja confesados».
Nota
adicional.
-Al
día siguiente publicaba el mismo periódico esta gacetilla: «Ayer mañana fue
puesta en libertad la cuadrilla del “Esparterito” así como también el espada».
Es
de suponer que en cuanto se vieron libres salieran huyendo de incógnito y no
les quedasen ganas de volver en su vida a Portugalete
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