En la sección Tiempo de
historias de EL CORREO del domingo día 14, Julio Arrieta nos recuerda
esta historia de la guerra civil.
El lunes 4 de enero de 1937 ocho cazas despegaron para
proteger Bilbao de una escuadrilla de bombarderos alemanes. Cuando por fin
aparecieron, cuatro de los defensores se habían retirado a repostar y fueron
los aviones restantes los que se enfrentaron a los agresores.
El bombardeo causó cinco muertos y otros tantos
heridos, más la pérdida de un piloto republicano derribado sobre Zeberio. A
cambio, los defensores derribaron uno de los trimotores alemanes, que se
estrelló cerca de Alonsotegi. Tres de sus tripulantes murieron en el impacto,
pero los otros dos lograron saltar antes en paracaídas. Uno, el subteniente
Adolf Hermann, berlinés de 27 años, cayó en el barrio de San Adrián y fue
linchado por la muchedumbre, que luego arrastró su cadáver por la ciudad hasta
la sede del Gobierno vasco. El otro, Karl Gustav Schmidt, cayó cerca de Enekuri
y estuvo cerca de correr la misma suerte que su compañero. Uno de los que le protegió
pistola en mano fue precisamente el aviador que poco antes había tomado tierra
con su aparato víctima de la metralla alemana.
Conducido a Bilbao, como una turba se dirigía al
Gobierno vasco para matarlo, Joseba Rezola, secretario general de Defensa, hizo
que fuera trasladado al cuartel del Cuerpo Disciplinario en Portugalete situado
en el convento de Santa Clara.
Cuando corrió la voz de que no podían hacerse con su
cabeza todas las miradas apuntaron hacia los presos derechistas que se
hacinaban en las cárceles de Larrínaga, El Carmelo, la Casa Galera y los
Ángeles Custodios y hacia allí se dirigieron miles de personas con ansias de
venganza, según resume el investigador Guillermo Tabernilla. «Todos los
resortes del sistema se vinieron abajo y una masa de gente incontrolada, entre
la que había milicianos del batallón UGT n.º 7 Asturias, enviados precisamente
para evitar aquello, y de otras organizaciones políticas y sindicales, causó la
muerte de 225 personas».
Schmidt no solo sobrevivió, sino que además fue
entrevistado, por la periodista tolosarra Cecilia García de Guilarte, la única
mujer corresponsal de guerra en el frente del Norte. “Rubio, entre caoba y
platino. Mandíbula fuerte, cuadrada. Ojos azules, pequeños como los de un
lechonchillo rosado”, describía la reportera en su reportaje al aviador. No
hablaba francés ni español, salvo algo de inglés.
Tenía 21 años, era natural de Rostock, ciudad situada
a orillas del Báltico y como otros muchos en Alemania era nacional-socialista y
llevaba mucho tiempo sin trabajo. Un día, los dirigentes de las Juventudes
Hitlerianas les ofrecieron un contrato para trabajar en España, con 300 pesetas
mensuales además de la comida y la ropa.
Era oficial telegrafista, manejaba también la
ametralladora y había volado sobre Madrid, hasta que órdenes superiores le
trajeron al frente del Norte.
Tras su cautiverio de casi cuatro meses en que se
mostró «contento con el trato que se me ha dado durante mi prisión, pues he
recibido habitación y comida y no he sido maltratado» fue canjeado en un intercambio
de prisioneros el 22 de abril de 1937 en San Juan de Luz. Unos días más tarde
regresó a Alemania, donde parece ser que se le pierde la pista en la Segunda
Guerra Mundial.
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