Seguimos con
el análisis que nos hace Tasio Munárriz,
del libro que Angel Chopitea escribió con motivo de sus bodas de plata
sacerdotales.
¿Cómo describe
la época de la guerra?
“LA BONANZA Y LA PAZ.- Después de los años
calamitosos vinieron los de la paz. No detengo mi pluma en la descripción de
los episodios que pudieran ocurrir y ocurrieron de hecho, mientras la guerra
civil tuvo ocupado este Arciprestazgo”.
No dice nada
más. Y tiene razón. No sabía directamente lo que pasó porque desapareció. Con
otros sacerdotes de la parroquia, excepto Hilario Ugalde, se escondió o se
marchó. Me interesaba encontrar este librito para ver si contaba dónde había
estado él y cuáles habían sido sus vivencias, pero me encuentro frustrado.
Después de alabar a los sacerdotes de su arciprestazgo por no abandonar sus
puestos en los años duros 1933 y 1934, no fue consecuente. Y, si lo fue, debía
haberlo explicado.
¿Cómo vivió
la posguerra?
Chopitea
mismo resume lo que muchos portugalujos mayores de 70 años recuerdan y que describiré
en otro libro dedicado a la posguerra:
“En estos años que corren desde 1938, el
trabajo de los sacerdotes es más fácil, más intenso y mejor comprendido y
premiado. La autoridad civil, coadyuvando con el sacerdote, atendiendo a las
necesidades del Culto; multiplicando las limosnas; corrigiendo abusos de toda
índole; purificando el ambiente moral, legitimando matrimonios, bautizando a
centenares de niños …”
Termina
haciendo una apología de sus logros: El congreso eucarístico, la escuela
parroquial, los quince jóvenes que estudiaban en el seminario, la escolanía de
tiples, la catequesis de niños, su certamen anual con premios pagados por la
Caja de Ahorros Provincial y las grandes fábricas, las procesiones, la
adoración nocturna, la Acción Católica, la Juventud Mariana, etc. Creo que no
hay mejor expresión de la autoestima del Dr. Angel de Chopitea y Múgica que
estas frases: “¡Nada hay comparable a una
solemne función parroquial! Cuando la Madre, la Santa María de Portugalete, se
viste de gala; cuando exhibe sus mejores joyas y se cubre con el esplendor y brillo
de la luz, y el canto robustece la fe con sus notas imponentes y el órgano de
una sonoridad incomparable abre sus amplios registros; y los ministros con
ricas vestiduras ofician ante el altar, coronado con un retablo artístico y
bello, y el Párroco, Padre de todos los hijos arrodillados levanta en alto la
Custodia y bendice a su pueblo en el
nombre de la Santísima Trinidad; no hay cuadro, repito, que pueda superarlo, ni
colorido, ni en gracia, ni en suntuosidad”
Pese a todo
su esfuerzo por atraer a la gente a sus solemnes cultos y procesiones, reconoce
su impotencia: Y, sin embargo, la apatía
resiste a todo, y la indiferencia hiela el espíritu y la apostasía atosiga el
corazón. ¡Cuándo, Señor, llegará la hora tuya, que aprietes cabe tu amantísimo
Corazón a los extraviados: ignorantes, indiferentes y pecadores!”.
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