El próximo video de El Mareómetro estará dedicado al
Muelle de Hierro, declarado Elemento de Interés Cultural y que cambió el rumbo
de nuestra historia jarrillera al hacer desaparecer la legendaria y temida barra de Portugalete.
Su construcción empezó en 1881 y la foto superior, que abre el video, tomada desde Las Arenas, nos muestra el final del Muelle
Nuevo, rematado por la torre del piloto mayor construida en 1824, y tras el
cual se distinguen las casetas de la playa del Salto.
Ofrecemos también un
plano durante la construcción del Muelle de Hierro, donde se marca la bajamar
de setiembre de 1887 que dejaba sin agua toda la zona de Peñota y donde en 1862
tuvo lugar el suceso que traemos hoy aquí.
Según el periódico Irurac
Bat, de 5 de agosto, en esta zona de la playa junto al acantilado se
formaba con mareas altas “un pequeño
remanso o ensenada a cubierto de la vista de los curiosos, en cuyo centro se
eleva una gruesa roca conocida con el nombre de la Peñota. En ese
lugar se bañan algunas mujeres, que, o temen las miradas de las gentes, o lo
hacen porque sus trajes son un poco demasiado ligeros. Cuando la mar baja, la
vaciante del rio es impetuosa, dejándose sentir bastante, como que si se hallara
afuera de la punta de los muelles…”
La anécdota que contaba dicho periódico nos la ofrece Aurelio Gutiérrez Martín de Vidales en su interesante blog LA VIDA
PASA:
Tres bilbaínos que se hallaban en la punta más saliente del muelle, junto a
la torre del Piloto, que se ve en la foto, y que el periódico la denomina la
Atalaya observaron que enfrente ocurría algo ya por los gritos que se oían, por
los ademanes de algunas personas, y por ciertos movimientos de otras que
indicaban pedir auxilio.
“Afortunadamente estaban en la playa
los Sres. D. Mariano de Larrinaga, alcalde de Bilbao, D. José de Landecho y D.
Luciano de Urizar, y un marinero llamado Tomás Rodríguez, los cuales se
precipitaron por las peñas con grave riesgo de producirse grandes daños para
llegar a Peñota, logrando el señor Larrinaga presentarse el primero.
Sin más tiempo que para quitarse la
levita y el pantalón, arrojóse al mar sudado y fatigado, y nadando velozmente
se dirigió hacia dos jóvenes que eran arrastradas por la corriente y por las
olas, en un lugar bastante profundo ya, y que se mantenían aun en la superficie
del mar y cogiendo a una con una mano y nadando con el brazo que le quedaba
libre, logró traerlas a las peñas. Su compañera se hallaba en mayor riesgo
porque el agua la arrastraba y la cubría, pero el Sr. Larrinaga apenas dejó a
la primera en tierra volvióse a arrojar al mar, apunto que el marinero
Rodríguez hacía lo mismo, y logrando coger a la joven que aparecía y
desaparecía entre las olas, la trajeron a la orilla en la que casi exánime la
depositaron.
El Sr. Larrinaga, agobiado por el
cansancio y por los esfuerzos que hizo, quedó tendido sobre una peña durante un
largo rato, en medio de la admiración de las muchas personas que ya se habían
reunido en aquel punto. Un joven, hijo de un tal Pedro, mozo del almacén de
quincalla llamado La Bolsa, de
Bilbao, hizo cuanto pudo por auxiliar a las jóvenes, pero cansado porque nadaba
hacía tiempo, no pudo socorrerlas. También un arriero las arrojó al principio
el ceñidor sin atender a la suma que contenía, así como otras personas las
sábanas, pero todo en vano.
El desprendimiento y valor del Sr. Larrinaga fueron ayer asunto de todas las conversaciones de los pueblos de Portugalete y Santurce, como lo fueron después del de Bilbao”.
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