La de la foto es una de las dos boleras junto al antiguo
depósito de aguas, actual Plaza Darío Regoyos. Atesora algunos recuerdos
entrañables de mi niñez. Muchas veces, cuando salía del colegio Virgen de la
Guía, me gustaba ir aquí y ver cómo los hombres que ya peinaban canas
disfrutaban jugando a los bolos. Juego cuyas normas jamás entendí ni me
interesé por entenderlas.
Había un carrejo con bolos altos, a los que lanzaban una
bola grande y pesada –lo era para mí, pues alguna vez la sostuve-, y otro
carrejo, el de la foto, cuyos bolos eran más pequeños y a los que lanzaban una
bola “partida” por la mitad (podríamos decir que era una semiesfera). No sé por
qué esa diferencia, ni jamás me preocupé por preguntarlo.
Recuerdo que a veces había una especial animación, con
numerosa concurrencia de público. Supongo que tal afluencia de gente se debía a
algún campeonato, porque se repartían copas y cosas así. La concurrencia era
tan animada, tan llena de vida, que me resultaba especialmente disfrutable y
encantador. Lástima que no tenga ninguna foto de esos campeonatos, porque eran
toda una celebración festiva. Animada además por un diminuto bar que había en
un lateral, donde no faltaban pinchos y bebidas.
Hoy el carrejo de la foto está vacío. A pesar de estar
renovado, pasan los meses y los años y ya nadie juega en él. No he vuelto a ver
a mis entrañables jubilados lanzar decididamente las bolas, ni disfrutar con
sus risas y su sincera camaradería de viejos amigos y nobles contrincantes. El
carrejo ya sólo cría hierbajos y soledad.
El otro carrejo que está al lado, sin embargo, aún guarda
algo de vida, gracias a un grupo de jubilados que se reúnen todos los domingos
por la mañana para jugar a la petanca. Para mi sorpresa descubro una ingeniosa
idea que usan para no agacharse a recoger las bolitas metálicas: se trata de un
cordel con un imán en su extremo. Buen truco.
Cada vez que hacen carambola alguien pregunta: “¿has ido
ayer a misa?”. Sólo al de un rato me entero de que se trata de una amable
chanza: es una forma de insinuar que el que ha hecho carambola ha rezado el día
anterior a la virgen o a algún santo. Es imposible no enamorarse de esta vieja
amistad tan entrañable. Esperemos que estos buenos amigos sigan alumbrando de
vida este lugar durante muchos años. Vaya para ellos nuestro más sentido
homenaje.
Aitor González Gato.
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