En una entrada anterior surgió el tema de la
reconstrucción de la torre de la iglesia a cuenta de una foto en torno a los
años de la guerra carlista.
Aprovechamos la ocasión para recordar un trabajo de Roberto Hernández Gallejones, sobre la
construcción de la iglesia parroquial de Santa María, en el que toca este tema
y que se encuentra en la BibliotecaDigital Portugaluja.
Confirma la afirmación de José Luis Garaizabal de que en
1873, el arquitecto bilbaíno Severino de Achúcarro redactó las condiciones
facultativas para ejecutar unas obras de restauración de la linterna del reloj
de la torre, por un importe de 40.000 reales. Y sigue relatando como tendrían
que pasar 10 años, hasta 1883, cuando el arquitecto Julio Saracibar firma los
planos de rehabilitación con un nuevo esquema estructural de su interior.
Este tema y la presencia del indiano Manuel Calvo es
lo que queremos recoger en esta entrada de hoy.
El citado cambio, continua el
archivero municipal, era muy profundo, suponiendo efectuar una torre de estilo
neogótico, muy picuda, con arcos apuntados y rosetones. Este tipo de innovaciones
eran muy apreciadas en esta época, pero hubiera roto por completo con las
normas artísticas de todo el edificio.
Aparte de las consideraciones
vertidas por los diferentes técnicos en la materia se dio también la actuación,
del señor D. Manuel Calvo, que terció en el debate a favor de respetar el
estilo inicial del templo.
Su opinión la trasladó el
alcalde a la sesión municipal del 23 de agosto de 1886 manifestando “que habiendo ido a saludar a D. Manuel Calvo
que por unos días ha venido a esta Villa, en el curso de la conversación
hablaron de la torre de la iglesia, y doliéndose el Sr. Calvo del estado
lastimoso en que se encontraba, a consecuencia de los estragos que en ella
hicieron los cañones de las huestes carlistas durante la última guerra civil,
manifestó que contase el Ayuntamiento con veinte y cinco mil pesetas para su
reconstrucción, pero con la condición de que se había de levantar con el mismo
orden de arquitectura que antes tenía. Los señores concejales acordaron dar un
voto de gracias a tan preclaro y generoso hijo de esta Villa, nombrando al
efecto una comisión compuesta de los señores 1º y 3º alcaldes, síndico, y regidor
Ortiz, que pasen a saludarle y darle personalmente las gracias”.
Se vio la necesidad de demoler
completamente la obra antigua y sustituirla por una torre de nueva factura
limitándose a reedificar lo destruido, respetando las líneas generales de la
obra demolida. No se trataba de “atacar
un remiendo mal echado”, sino de un trabajo, fruto de varias generaciones
de nuestros antepasados, memoria fiel de los diversos estilos artísticos que se
han sucedido en el tiempo. Cambiar, aunque sólo sea en parte esto, representaría,
según el arquitecto Francisco de Angoitia que fue consultado, profanar el
recuerdo de los que nos han precedido en la historia.
Se nombró arquitecto para dicho
cometido a Casto de Zabala, y a sus órdenes a Francisco de Berriozabal y los planos,
extendidos por este último llevan fecha del 29 de noviembre de 1886, habían
sido ya previamente aprobados por Zabala
El expediente de reparación va
de 1886 a 1888. El presupuesto llegó a la cifra de 37.689 pesetas, de las que
Manuel Calvo aportó 30.000 ptas, que se completó con una suscripción popular en
la que aparecen muchos donantes encabezados por Sotera de la Mier, Dionisio
Castaños, o la reina María Cristina. Como nota curiosa, podemos decir que el
director había ordenado expresamente que la piedra de sillería que se tenía que
utilizar para el arreglo de lo anterior y para lo nuevo, debiera de proceder de
las canteras de Arrigúnaga, “por ser la
que más se parece a la empleada en la obra existente”.
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