Los chicos de mi generación nos criamos en la calle, en las campas, en los
huertos, en “la punta” y sus escaleras, en la rampa del muelle, en la campa del
moral,... todo Portugalete era válido para esa intención: eran nuestras calles,
nuestras campas, nuestros árboles, nuestros reteles, nuestros goris para jugar
con los güitos de albérchigo, nuestras palmeras de las que sacábamos las
semillas para usarlas de proyectiles en los tiragomas -todavía tengo uno-,
nuestros muros para jugar a la pelota a mano ó al embarrenazo con la pelota
grande,... hasta la piscina era nuestra, tras despistar a Takio.
Recuerdo mi balón de cuero; era de cámara extraíble. Tras inflar la cámara,
se anudaba como un globo, con hilo-bala, y se cerraba con cordones de cuero,
como una zapatilla. Ese modelo de balón se llamaba tipo Allen. Uno de mis
compañeros de la escuela Ruperto Medina, lo “perdió” entre unas zarzas y nunca
lo encontramos. Tampoco lo compensó y me quedé sin balón. No diré su nombre,
pero no lo he olvidado. Quizá lea esto.
Eran los primeros sesenta y el fabricante había pasado a confinar la cámara
dentro de las piezas de cuero y a dotarla de válvula para el inflado. Aquí,
entonces, para chavales, ya se imponía el balón de YES.
Éramos algo más jóvenes que ahora, cuando tenemos múltiples vivencias y
anécdotas para contar. No teníamos las play, ni al supermario, ni el móvil,...
y no los echábamos de menos: una pistola de pinzas de madera que disparaba
indefensos huesos de aceituna ó la caña de un boli BIC Cristal por el que soplábamos
granos de arroz, y hasta bolitas de papel mojado y moldeado con los dientes,
eran nuestro entretenimiento para cuando llovía.
Pero, cuando no llovía, el campo de la Tejavana, la higuera de Martin, las
peras de Atenógenes, la campa de El Gordo,… eran nuestro biotopo. Hasta la
playa de Portugalete, mientras existió, era parte de nuestro terreno de juego.
Y así, ó con cosas similares, nos acercábamos a los catorce años, cuando
bajar al Chicharrillo suponía un rito iniciático y la presentación que aportaba,
ante los amigos más jóvenes, dotaba de un rango nunca alcanzado hasta entonces.
Tras esa ceremonia, uno ya no era un niño y se acercaba a la Sala de Juegos
de Guiller, en el Ojillo, o a la de Desi, en Abaro, como componente de
"los jóvenes". En esas salas, ya probaba con las maquinas de Petaco,
los futbolines, el billar de tres bolas, el ping-pong,... para aprender y para
derrotar a los menos duchos en esas lides.
Allí, coincidía de nuevo con los mayores de la cuadrilla de la calle y
otros amigos allegados, con los Vesga, Tirado, Nieva, Bilbao,... y los hermanos
Romero, de otra cuadrilla. Todos ellos peinaban el cabello hacia atrás con raya
muy centrada y vestían traje oscuro con corbata de tono similar. Y empezábamos
a poner monedas en las sinfonolas, gramolas, pioneer, jukebox,… para escuchar
la música que nos gustaba. Aunque llegábamos tarde, los Beatles se separan en
1970 y diversos grupos vuelan y desaparecen del cambiante mundillo musical.
Eso era lo que en torno a 1970 vivíamos y veíamos como espejo del futuro
que se nos venía encima. Y dábamos los primeros pasos por el muelle antes de
apoyarnos en la "fábrica de tubos", y luego subir hacia el Amalio, el
Arrieta, la Mari o el Metro, donde sorbíamos los primeros tragos del txikito,
otro acto iniciático, el último antes de entrar en el mundo de los mayores, lo
que sería notorio al exhibir el periódico del día como evidencia de que nos
inquietaba la vida diaria, y ya no los juegos en la calle.
Decía antes ”vivencias y anécdotas para contar” y deseo ahora referirme a
Natxo González (R. Zaragoza), a quien he conocido unos días atrás. Fue jugador
en el Alavés, después entrenador de juveniles y del 2º equipo por 6 años, antes
de dirigir el primer equipo. Y decía, contando anécdotas, que recuerda los partidos
que pudo jugar o dirigir entre Sestao, Baracaldo, Portu,… y a Amable, a Primi,…
y otros nombres de contrarios, para los que me trasmite sus saludos, que remito
desde aquí.
Y eso, a no olvidar, lo aprendimos en la calle. En nuestras calles.
Martintxu
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