Esa es una frase que usábamos entre
nosotros cuando, estando en el inicio de la adolescencia, ya comenzábamos a
apreciar el valor de nuestra imagen.
Significaba que el preguntado era
portador de camisa o niqui, pantalón, zapatos, jersey, chaqueta,... nuevo o
nuevos, lo que, en mi familia, se practicaba en los “días de estreno”: el
Domingo de Ramos y en El Pilar.
Una vez estrenadas las prendas y pasadas
esas fechas, se convertían en la “ropa de domingo”, que además de ser eso,
servían para ir guapos a Bilbao o a visitar a los abuelos, acudir a las citas
con el médico o con los profes,... Ponte “de domingo”, nos decían.
Gildo y Lángara, en la calle de Enmedio,
para los zapatos; Duque, en Coscojales, para la ropa,... eran los comercios
preferidos en casa. Más adelante, cada uno mantuvo y cambió sus preferencias a
la hora de vestir. Por mi lado, más adelante, fue Roque quien me ayudó a esos
efectos.
En mis 3 a 6 años, recuerdo los zapatos
de charol adquiridos donde Gildo. Ignoro de donde venía la costumbre, no había
opción. Parecían requeridos como parte del “uniforme de verano”.
De otras prendas de vestir, no tengo
muchos recuerdos, sólo un Lacoste de color butano que estuvo de moda allá por
1964 o así. Otra cosa son las corbatas, a las que he odiado tras los años de
colegio, por la imposición de su uso, sí, pero aprendí cuatro modos de hacer el
nudo y, cincuenta años después, no los he olvidado.
El consejo familiar era mantener siempre
la discreción. Compaginar nuestros gustos, y el ajuste a la moda del momento,
con los requisitos maternos, era difícil. A veces, usé la rebeldía para obviar
el desacuerdo. Por ejemplo, allá por 1972: compré una gabardina larga, por
debajo de la rodilla. Se llevaban así, no obstante, por ese largo, desagradó en
casa.
Visto que era un problema irresoluble,
hice de tripas, corazón, y pasé a cambiarla por una gabardina de estilo
británico, tipo levita corta, con solapas amplias, en marrón oscuro. Se trataba
de borrar el ceño fruncido y los morros que recibí. Quizá la recordéis:
contrastaba con la moda imperante. Mi envaramiento me salió por la culata. Esa
prenda duró mucho.
Otra liza, era la de las camisas. Yo las
deseaba de estilo Oxford, con botones en la punta del cuello, pero los gustos
maternos iban por las de garganta expuesta y sin botones. ¡Cómo las odiaba!.
Pasados los dieciséis, comencé a comprar yo sólo las mías.
Para esas fechas, año 1970, los días de
estreno, habían dejado de ser tales. Nuestros planes nos dirigían a otros
lares, lejos del clan. Ya fuera a la montaña, la nieve, excursión de amigos,...
Ya no compramos ropa “de estreno”. Se
compra cuando se precisa o se desea. Medio siglo después, esas fechas de estreno,
son dedicadas a descansar incluso a costa de viajar lejos. Pero... ¡qué duro es
viajar!.
De vuelta, vestidos con el atuendo de
diario, descansamos del viaje.
Martintxu
NOTA: Tal vez ésta
entrada no contenga muchos recuerdos
comunes
con los lectores. Os animo a compartir los vuestros.
con los lectores. Os animo a compartir los vuestros.
Ante la falta de
imágenes para ilustrar esta entrada
recurrimos al archivo de Eduardo Benito, y elegimos estos dos
grupos, vestidos de domingo o de excursión,como recuerdo a los
que ya no están con nosotros y homenaje a los que
siguen al pie del cañón, aunque sea con ligeros achaques.
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