viernes, 11 de mayo de 2018

RELATOS DEL FIN DE SEMANA: APOLOGIA DE LA TXAPELA





En el paseo por Portu podemos advertir que la costumbre de llevar txapela como prenda del vestir, ha menguado. Vivimos en un tiempo en que el uso cotidiano de ese dosel craneal entre el hombre vasco, parece haberse perdido para devenir en motivo museístico tras haber desaparecido de los escaparates de las tiendas de prendas masculinas. 
Ahora mismo, creo que en Portu ya no hay comercio que posea txapelas en su oferta. Las últimas txapelas que he recibido, vienen desde Bilbao, del Casco Viejo, y no diré el nombre de la tienda aunque algunos quizá la conozcáis.
Y eso que es una prenda que nos fija socialmente, pues, en casi dos siglos de uso extendido, ha pasado a ser un símbolo definidor. La txapela se generalizó como tocado civil masculino a partir de la Primera Guerra Carlista, en el segundo tercio del siglo XIX, y pasó a ser el tocado preferido por los jóvenes, quedando los sombreros para las ceremonias. La imagen de Tomás de Zumalakárregi, que se cubría con una de vuelo amplio, le dio mucha promoción. 
Ese auge, dio lugar al desarrollo del proceso de producción, pasando a ser elaborada de forma industrial, en Tolosa, Valmaseda, Azkoitia y otras localidades menos conocidas.  
Bien, debe quedar claro que el diseño de la txapela: el vuelo amplio, es característico de la nuestra, y según vamos hacia el sur, se va redondeando para terminar pareciendo una tapa de puchero sin asa, tal como las que llevan Pepe Isbert, en El verdugo o el personaje de Azarías, representado por Paco Rabal, que aparentan llevarla enroscada. La “boina calada”, le decíamos.
La txapela se adapta al gusto y a la comodidad de su portador, que encuentra un sinfín de maneras de colocársela, según su talante, que, siempre tradicional, la usará desde niño hasta su declive e, incluso, más allá, adonde le acompañara sujetada entre los dedos. 
Únicamente se descubrirá en las visitas a hogares ajenos, en la iglesia, en las entrevistas con el asesor del banco o la colgará en la cabecera de la cama. Hubo una época en que, desde las localidades altas de San Mames, se podía observar un mar de boinas al mirar hacia el césped. También en los frontones. 
Como rasgo de identificación, la txapela lleva siempre en el centro un rabito, un resto del proceso de tejido de la lana. Es la txertena. Una de las mas grandes ofensas que podía hacerse a un vasco era “caparle” su txapela cortando la txertena. Duelos a muerte hubo por ésta causa. 
Su uso hace evidente el origen de quien la lleva. El vasco, apenas introduce la boina en su cabeza, mientras que en otras latitudes se la calan hasta las orejas. Según la maña del usuario, puede inclinar la boina hacia atrás, hacia delante, hacia la izquierda o hacia la derecha. Los menos mañosos se ponen la boina con dos manos, los más resueltos se la colocan con una sola mano, de golpe, dándole siempre un vuelo delantero. 
Por su color (negro, azul, rojo,...), textura, vuelo,... la txapela, distingue e identifica a su portador. Algunos, además de ponerla inclinada, un poco, hacia la derecha - lo que aprendimos -, le damos ángulo en el frente, rasgo personal. Lo que fue seña de identidad cuando niño, se convirtió en cartel de protesta, cuando adolescente barbado, y pasó a ser símbolo, ya en la senioridad. 
Un símbolo que, aún habiendo recorrido muchos km´s y paseado muchas ciudades, no es fácil de hallar. 
Llegado aquí, debo decir que en Tarragona, en mi círculo cercano, somos algo más de media docena los que mantenemos su uso. Aunque no sea continuo. La nuestra es negra y de vuelo amplio, al estilo vizcaíno. Sí, el color identifica, el tamaño importa y a más vuelo, más elegancia. Y sí, somos presumidos.   

Martintxu

(No leerán ésta entrada, pero vaya desde aquí un saludo a
la pareja de Rentería que nos saludaron en Wroclaw (PO).
Por eso decía antes que la txapela identifica al usuario.
Hay una frase de J. M. de Barandiaran,
txapela buruan eta ibili munduan,
a la que añado ¡Aurrera!.)



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